
Yo pienso que me tocó vivir una infancia maravillosa porque entonces podíamos jugar a placer en la calle sin pensar en que nos arrollara algún veloz automóvil (que eran escasos y además lentos, jejeje), que nos fueran a secuestrar o a hacer algún daño, aunque ya se hablaba de los “robachicos”, jugábamos en la tierra y con la tierra sin temor a las enfermedades, andábamos descalzos y correteando bajo la lluvia, fabuloso en verdad! Las casas (de vecindad, muchas de ellas) estaban con sus pesados portones de madera, abiertos de par en par durante todo el día y solo durante la noche eran cerradas, eso sí a “buena hora” por aquello de los “aparecidos”(o espantos)…
En fin, lo que quiero decirte es que viví mi infancia en una época bastante diferente a la actual, aunque en el mismo escenario, por eso me propuse escribir un libro donde narro algunas de estas vivencias, a ese libro le llamé “Algo de lo Nuestro”, es un nombre que se me ocurrió porque ahí presento precisamente solo un poco de mi amada Oaxaca de mediados del siglo veinte. ¿Sabes? Cuando lo hice pensé en ti, joven, adolescente, niño, aunque también lo hice para mis contemporáneos porque sé que al leerlo recrearan de algún modo su preciada niñez, te invito a que lo leas o mejor aún a que lo bajes e imprimas si así lo deseas. A mí me dará mucho gusto recibir tus opiniones o preguntas al respecto, recuerda lo hice para ti, disfrútalo!
Con profundo y verdadero afecto
El autor
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PARÁFRASIS
En este documento, el maestro Manuel Alarzón Aragón, ofrece con su ágil prosa, sobre todo a las nuevas generaciones, lo mucho que sus sentidos disfrutaron: los convites recorriendo las calles de la ciudad; las calendas y cumplimientos; el ceremonial de Jueves o Viernes Santo y los Sábados de Gloria; las fiestas de los Lunes del Cerro en la Rotonda de la Azucena del Cerro del Fortín; los paseos campestres para recoger azucenas silvestres; los días de Muertos o Fieles Difuntos; los juegos infantiles; los cuentos y las leyendas que grabó en su memoria y en su corazón, contadas por sus mayores alrededor de una fogata llena de calor humano, en esas noches tan nuestras solitarias y oscuras, en medio del envidiable clima de Oaxaca y el aroma a tierra mojada.
Cuenta de las golosinas como las trompadas, las gollorías, los piedrazos, que avivan el apetito tanto como el mole negro y el tejate, y tantas cosas de las manos hábiles de las mujeres oaxaqueñas que las elaboran, que son para chuparse los dedos. Ejemplo aun ahora, de la gastronomía oaxaqueña considerada como de lo mejor en el arte culinario.
Rubén Vasconcelos Beltrán
Cronista de la Ciudad de Oaxaca
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En este documento, el maestro Manuel Alarzón Aragón, ofrece con su ágil prosa, sobre todo a las nuevas generaciones, lo mucho que sus sentidos disfrutaron: los convites recorriendo las calles de la ciudad; las calendas y cumplimientos; el ceremonial de Jueves o Viernes Santo y los Sábados de Gloria; las fiestas de los Lunes del Cerro en la Rotonda de la Azucena del Cerro del Fortín; los paseos campestres para recoger azucenas silvestres; los días de Muertos o Fieles Difuntos; los juegos infantiles; los cuentos y las leyendas que grabó en su memoria y en su corazón, contadas por sus mayores alrededor de una fogata llena de calor humano, en esas noches tan nuestras solitarias y oscuras, en medio del envidiable clima de Oaxaca y el aroma a tierra mojada.
Cuenta de las golosinas como las trompadas, las gollorías, los piedrazos, que avivan el apetito tanto como el mole negro y el tejate, y tantas cosas de las manos hábiles de las mujeres oaxaqueñas que las elaboran, que son para chuparse los dedos. Ejemplo aun ahora, de la gastronomía oaxaqueña considerada como de lo mejor en el arte culinario.
Rubén Vasconcelos Beltrán
Cronista de la Ciudad de Oaxaca