miércoles, 16 de septiembre de 2015

CÓMPREME UN ESTROPAJO!

¡Cómpreme un estropajo!



Cierto día, por la mañana, acertó a entrar a las oficinas donde trabajo, un sujeto de avanzada edad, su rostro cetrino surcado por innúmeras arrugas dejaba traslucir una vida colmada de sufrimientos, insatisfacciones y amarguras, su cabello nevado por el tiempo confirmaba lo anterior.

Con paso incierto avanzaba por entre las filas de escritorios, donde, en un alarde de tecnología, descansaban las modernas computadoras.

Vestía nuestro personaje a la usanza de la gente del campo; sombrero de palma, pantalón y camisa de sencilla tela y guaraches de tosca correa, no quedaba duda de su humilde condición.

Portaba un fardo de estropajos de ixtle – el estropajo de ixtle como recordarán mis apreciados lectores, es un enredo de fibras blancas que se obtienen de las hojas de agave o maguey—y antaño era utilizado para restregar la piel a la hora del baño y también fue muy utilizado para tallar los trastos de cocina al lavarlos.

Dirigióse el sujeto a Rocío, una de nuestras compañeritas, para ofrecerles su mercancía con un suplicante:

--Cómpreme un estropajo señorita –


A lo que nuestra compañera entre asombrada y perpleja no supo que contestar puesto que ni siquiera sabía que era un estropajo y mucho menos para que servía.

Y es que la modernidad con su paso avasallador, desbancó entre otras muchas cosas al ixtle, producto natural, por las consabidas fibras sintéticas.

En la actualidad estamos saturados de productos que han venido a desplazar a nuestros utensilios tradicionales que eran sobre todo de origen natural.

El estropajo, que en este caso nos ocupa, ha sido sustituido por una especie de tela plástica fibrosa de origen oriental que inundó nuestros mercados. Lo anterior es sólo una pequeñísima muestra de cómo la tecnología ha deformado nuestras costumbres y nuestra economía, puesto que al no adquirir los productos artesanales, en este caso el estropajo, perjudicamos más la economía de gente humilde, de nuestros campesinos que con mucho trabajo arrancan al campo algunos productos que desafortunadamente no pueden hace frente a la mercadotecnia y a las fabulosas campañas publicitarias donde se nos dice, se nos ordena, como hemos de vivir, que hemos de comer, usar, etcétera, robándonos así nuestra propia identidad nuestra idiosincrasia.

Desde luego no estoy en contra de lo moderno y sus avances, puesto que muchos artefactos actuales hacen más ligero el trabajo y más placentera la existencia, pero no debemos olvidar lo nuestro, lo propio, lo que nos heredaron nuestros ancestros.

A nosotros, los adultos a quienes ya hemos transitado más de la mitad del camino de la vida, nos corresponde, es nuestra obligación; el transmitir, el dar a conocer, el enseñar a amar y defender lo nuestro, objetos, costumbres, tradiciones, ritos, etcétera, a las nuevas generaciones y permitir, que al lado de la modernidad y sus avances, conviva lo tradicional, lo propio, sólo de esta forma habremos de cumplir con la sentencia que dicta: “Enseñar al que no sabe”.

Mientras tanto nuestro sujeto ya se aleja, después de haber logrado vender algunos estropajos en la oficina, mismos que fueron adquiridos más por curiosidad y el deseo de ayudar, que por su utilidad.



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