De nueva cuenta ha llegado la Cuaresma.
Como todos los años llega a mi
querida provincia oaxaqueña, con su cargamento de calor sofocante y sus
antañonas tradiciones, con sus aromas a trébol, poleo y romero, con las aguas
frescas de sabores de su inigualable Samaritana, con sus exquisitas comidas de
vigilia, con su pan bendito y sus procesiones de palma y cirios chisporroteantes…
Por principio os debo decir que durante seis de los siete viernes que
la conforman, se efectúan los tradicionales Viernes del Llano aunque el último
o sea el sexto, viernes de Dolores, se acostumbraba efectuar en la Alameda de
León en el centro histórico de esta bienamada urbe.
El Llano, conocido también como Paseo Juárez, es un lugar arbolado y
con trabajos de jardinería, andadores, fuentes y en el centro en una hermosa
rotonda la estatua de Don Benito Juárez, benemérito de las Américas y quien
tiene a sus plantas la infame corona de la fallida monarquía; el patricio es coterráneo de los que en este
glorioso estado vivimos.
Antaño, me refiero a los recientes
siglos pasados, los habitantes de esta ciudad, acostumbraban asistir a misa a
los templos de Jalatlaco y EL Patrocinio, acompañados por los miembros de sus
familias, incluyendo por supuesto a las guapas oaxaqueñas de aquellos ayeres;
como era una época en que las normas religiosas y familiares restringían a los
jóvenes tener una comunicación más libre que la que ahora existe, se cuidaba
que los mancebos no se acercarán a las señoritas y por consiguiente no se les permitía
salir solas a la calle y menos hablar con desconocidos.
Así que nuestros abuelos se las ingeniaron para ver a las recatadas
damitas al salir de misa los domingos y días festivos o de guardar, y alguien tuvo la feliz ocurrencia de obsequiar
un ramo de frescas flores, flores traídas de la Trinidad de las Huertas, barrio
hortelano y floricultor en aquella época; sólo que oculta entre las flores iba
una misiva dirigida a la dueña de sus desvelos y de esta forma se pudieron
establecer incontables romances, de los cuales muchos terminaron en el altar,
la costumbre se generalizó y aunque suponemos que los inflexibles padres de la
agraciada se enteraron, se hicieron los
desentendidos y en muchos casos se sintieron halagados de tener una hija hermosa
y solicitada.
En recuerdo a aquellas osadas aventuras, se fue
estableciendo la costumbre de efectuar un paseo matinal en los andadores del
Llano los viernes de cuaresma, donde las
damitas reciben ramos de fragantes flores como tributo a su hermosura y
donaire, paseo que es acompañado de las interpretaciones de música regional por
la Banda de Música del Estado o la Marimba del Estado, seleccionándose ahí mismo, a una madrina del Viernes de
Cuaresma, elección que recae en la más agraciada y que por consiguiente recibió
más flores.
Esta es una singular tradición que debemos conservar y acrecentar
porque hasta donde se sabe, es única en México y en el mundo.
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